5 de julio de 2011

El Castillo del Lago Espejado.


La Infanta Liliana, Princesa del País De Las Camelias, correteaba siempre descalza por los bellos Jardines de Palacio. 
Diez pasos por detrás, la Srta. Francine, tutora a su cargo y dama de compañía la regañaba sin cesar. Azorada y con los zapatitos de la pequeña en las manos le decía,

- Señorita Lili, cálcese por Dios que se lastimará.

La princesa desobediente y juguetona, corría riendo hacia el coqueto cenador de mármol de Carrara, que el Rey mandó construir, el mismo día de su nacimiento. 
Desde allí, se podía observar, por un lado, la suntuosidad del Castillo en todo su esplendor y por el otro, las maravillosas vistas del Lago Espejado.
Se disponían, como cada día, a pasar la calurosa tarde y disfrutar de la brisa veraniega mientras la Srta. Francine leía en voz alta, unas veces poemas, otras relatos, y otras como hoy, el correo diario.

Lili, en su bolsito de mano, a juego con su pequeño tocado que recogía su ondulado cabello, llevaba un pañuelo bordado y una carta de su hermano.

Gastón, príncipe heredero, era doce años mayor que Lili y desde que contrajo nupcias con la Princesa Martina, residía en el País de la Raíces.
Dos años y 50 cartas les separaban del presente y en ésta última carta,  le comunicaba que en dos semanas , Gastón, Martina y la recién nacída Jimena, emprenderían el viaje de regreso al Castillo del Lago Espejado, en el País de Las Camelias.
Cuento de Cristina Labad, 2011 El Castillo del Lago Espejado